miércoles, 3 de octubre de 2012

DÍA 71: Soberbia

Era internacionalmente reconocido, especialmente por sus soberbias creaciones en níveo mármol uniforme y por sus grandiosas pinturas hechas sobre el más fino algodón centroamericano. Sus obras traspasaban fronteras y, ya fueran en piedra o en tela, nunca dejaban indiferente al público afortunado por tal imponente contemplación artística.

Siempre dejaba impresa su personal firma. Presuntuoso y arrogante, trazaba con cincel de hierro o de sedoso pelo, una visible brújula sin agujas... al fin y al cabo él entendía que no eran necesarias, ya que cada una de aquellas orgullosas obras suponían el centro de cualquier búsqueda y la orientación necesaria para cualquier otro rastreo pasaba a ser algo banal.

Endiosado desde bien joven, logró que fuera conocido y reconocido como El Artista, pues ningún otro podía ser comparable a él... aunque ciertamente esculpía y pincelaba de una manera soberbia, meticulosa, altanera e impertinente.
Ya en avanzada edad se encontraba en la cúspide del éxito, lo que le hacía sentirse grandioso, sublime y admirable. Quiso entonces retarse una vez más a sí mismo e, insomne, invertir lo que le quedaba de vida exclusivamente a la creación de una última obra maestra... un legado que perdurara eternamente y que todos pudieran admirar embelesados.

Su mayor anhelo era tallar una imagen de opulenta magnificencia, cincelar en cristalino alabastro una escultura de sí mismo en reales dimensiones, y ubicarla visiblemente en el centro de la metrópoli más concurrida, regalándose de los transeúntes, entendidos o no en la materia, vanidosas miradas hasta el fin de los tiempos.

Sería su última obra soberbia. Su inesperado acto final.


Reconfortado en su visión y regocijándose en su obra aun no creada, cayó profundamente dormido en su silla de inspiración meditativa... y fue de esta manera como, henchido de grandiosidad y altivas aspiraciones egocéntricas, amaneció a la mañana siguiente con las piernas rígidas e inmóviles... convertidas en calcinoso alabastro.

Aquella mutación fue la primera de todas las que vinieron después... cadera, abdomen, pecho, brazos... estuvo sin alimentarse durante días, experimentando la atrayente contradicción que supone vivenciar en propia carne el pánico más absoluto y la atracción hedonista.

Ya tan solo exhibía, en aquel oscuro y solitario estudio que a tantas glorias le había transportado en tiempos cercanos, su cabeza vívida... el resto del cuerpo, yerto y alabastrado, yacía en la misma posición sedentaria desde hacía días. Finalmente su cabeza también sucumbió al deseo y se transmutó en una soberbia sombra de sí mismo, pulida con vetas de lo que fue y lo que pudo haber sido.

Lo encontraron dos días después, y decidieron trasladarlo a un viejo y empolvado almacén en una arruinada galería ubicada en los suburbios de la ciudad, lugar en el que hoy todavía sigue cubierto por una gruesa y tupida manta de pelo marrón... atado con firmes cuerdas de cordel trenzado.

El mismo día en el que el vecindario realizó el inesperado hallazgo... recibí aquella llamada informativa sobre lo sucedido y yo... inmutable y sosegada... suprimí de mi desazonado Diario Regresivo la última palabra que siete días atrás, un Jueves 13 de Diciembre, había elaborado con meticulosa exactitud.

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