domingo, 23 de septiembre de 2012

DÍA 61: El olor de la tinta recién prensada

Siempre quise retarme a escribir una oda.

Una oda al poder olfativo de la lectura, de la tinta amarga recién prensada, de la hoja impoluta recién aireada.

Ser capaz de conmutar sentidos, oliendo, a tiznada pluma sumergida, puñados de palabras manuscritas.

Empapar en chirriante negrura el plumín de mi estilográfica y, aún goteante de negra espesura, rasgar el papiro etéreo con dicciones henchidas de sutiles emociones y aromatizados olores.

Que el lector mastique el pergamino en su retina, exprimiendo con turbación la seda, el arroz, el cáñamo y el algodón. Y cuando digiera los sabores manuscritos, que llegue la tintura de la pluma, con sabor a goma, humo, metal y océano profundo... a resina... a literatura químicamente aleada. Que se grabe, en su pupila impresa, palabras de tinta recién prensada.

Amalgama de sentidos, vista, olfato y sabor entretejidos.
Miscelánea de textos gelatinosos, caligrafiados con el alma licuada en táctiles discursos onerosos.
Percepciones mucilaginosas derretidas en cuartillas congestionadas, hojas con caracteres pigmentadas.

Y al final, rubricar con pausado esmero, la neófita alabanza a la escritura perfumada.

Siempre deseé encararme y componer una oda... pero nunca tuve la suficiente valentía como para enfrentarme a maestros honoríficos con nombres que recuerdan a famosos caramelos melosos de sinuosos colores maleables y olorosos...


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