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A mí, en ese momento, solo se me pasaban por la cabeza plegarias esperanzadoras para que algún vecino saliera (a las tres de la madrugada) a dar un paseo... y así nosotras pudieramos entonces entrar furtivas al portal para llegar a casa... finalmente.
Por esta peculiaridad de su carácter fue por lo que terminamos, aquel caluroso Jueves, sentadas en un banco frente a su casa... esperando no sé bien a qué... y desesperando a cada minuto que mi reloj de muñeca marcaba en esa inerte noche de mediados de Abril.
Nunca replegarse sobre sus pasos... ¡nunca!... aunque se haya dejado las llaves encima de la cómoda de la la habitación y se hubiera percatado de ello tras descender, tan solo, al segundo escalón de su portal justamente en el momento en que iniciábamos nuestro paseo matinal una mañana colorida de Primavera.
Su máxima era jamás retroceder sobre sus pasos... nunca ir en sentido contrario... nunca ir hacia atrás... ¡siempre adelante!.
Eso siempre terminaba siendo un problema.
Por ejemplo, si iniciábamos una aventura y, a media vivencia de nuestra hazaña, nos percatábamos de que algo se nos había olvidado... ella jamás regresaba sobre sus pasos para recogerlo, aunque ello implicara hacer las cosas a medias por falta de recursos.
Efectivamente nos traía muchisimos inconvenientes su mania... obsesión casi patológica diría yo... con el hecho de no regresar nunca sobre sus pasos.
(¿Alguna vez has visitado el Mundo Al Revés?... Inevitablemente ya estás dentro... prueba a leer este día publicado de modo inverso... empezando por el final y acabando por el principio...)
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