Tiró día y noche, sin descanso.
Tiró meses... tiró años.
Tiró de pie y tiró sentada.
Aburrida, cansada y con desgana.
Tiró contenta, tiró triste, tiró enfadada.
Tiró hasta la extenuación más desorbitada.
Y en el último tirón,
justo antes de caer para siempre desmayada,
apareció el final de la cuerda noventa y seis años atrás hallada.
Y la cuerda no sostenía nada.
Un final sin nudo,
sin sorpresa,
sin absolutamente nada de nada.
Un final deshilado y sinsustancia.
Se arrepintió entonces de tanta energía malgastada,
toda la vida tirando de la cuerda,
esperando encontrar algo,
esperando desesperada.
Toda la vida tira que tira,
fantaseando hipnotizada.
Podía haberle dado una función entretenida y desenfadada,
saltar, jugar o inventado con la cuerda una vida extraordinaria.
Pero solo tiró y tiró con rutina y desgana.
Al final de nuestros días,
quien no ha jugado y vivido con pasión extraordinaria,
caerá solo rendido junto a una cuerda sencilla y desvencijada.
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