El sábado pasado me ocurrió algo absolutamente asombroso que no puedo deja de compartir con vosotros/as.
El día amaneció nublado, pero nuestras ganas de desconectar y salir de la casa-trabajo hizo que pronto en la mañana, casi aun con el desayuno en la boca del estómago, preparásemos todas las cosas para pasar un día en la playa. Nuestro lugar de desconexión y relajo.
Llegamos pronto, no tan pronto como nos hubiera gustado, pues un incidente con un cajero averiado hizo que nos tuviéramos que recorrer cuatro cajeros más... sin éxito.
Al día gris se sumaba entonces, de buena mañana, problemas logísticos para obtener algo de dinero en metálico... empezar un sábado así no parecía buen síntoma.
Cuando llegamos a la playa en la que últimamente solemos pasar nuestros días playeros, vemos con tristeza y estupor que, a pesar de haber madrugado, "nuestro sitio" habitual había sido ya ocupado por una familia.
Ya sabemos cómo es el ser humano de rutinas y comodidades y, ciertamente, que nos hubieran "quitado nuestro sitio", no nos hizo ninguna gracia. Finalmente nos vimos "obligados" a escoger otro sitio más o menos cercano y
con cierta comodidad, dada la estructura de la playa en cuestión. Tal y
como nos había sucedido hacía tres semanas atrás.
Día nublado, cajeros que no dan dinero y sitios ocupados... el presagio no era bueno.
Finalmente nos acomodamos en el mismo lugar en el que tres semanas atrás habíamos pasado un extraño y desconcertante día de playa que acabó con la pérdida de un buen, y no demasiado barato, nuevo reloj. Os podéis hacer la idea de cómo nos fuimos de la playa en aquella ocasión tras haber intentado buscar por todos los medios, sin éxito, el reloj extraviado...
El caso es que, siguiendo con la historia de este sábado pasado, al rato todo parecía ir tranquilizándose en nuestro interior y comenzamos a disfrutar de nuestro día de descanso. El cielo se despejó y la playa no estaba demasiado concurrida para las fechas a las que estamos, así que pudimos disfrutar de una mañana distendida.
Llevábamos tres horas en aquel punto (sin lugar a dudas el tres es el número clave en esta historia) cuando el sol ya empezaba a apretar fuerte y la sombra se iba moviendo... le pedí a M.A. que se moviera un poco hacia su derecha para evitar ser diana de los peligrosos rayos del sol caribeño en las horas del mediodía.
M.A. gentilmente se levanta, coge su silla de playa e inmediatamente exclama un sorprendido "¡anda!" y se agacha para recoger algo de entre la arena.
Efectivamente, la pata de la silla había levantado algo de las profundidades enterradas... un tesoro reconocido al instante... el reloj... mi bueno, y no demasiado barato, nuevo reloj.
Podéis imaginar mi cara de estupor. El reloj estaba en perfectas condiciones, sin arañazos, funcionando y continuando con su medida del tiempo como si nada hubiera pasado. Como si estas tres semanas de lluvias, mar, arena y veraneantes nada hubieran tenido que ver con él.
Una buena amiga, tremenda madre, persona y vikinga en toda regla en esta vida agitadora e incierta, me dijo a través de una red social "el karma te las tiene que devolver"... no pude evitar imprimir en mi cara en ese preciso instante una sonrisa enorme.
Karma o no, desde luego lo sucedido es digno de mención. Todavía hoy no dejo de sonreír ante tal evento y es que la vida, nos guste o no, nos lleva muchas veces por caminos inciertos, ilógicos e incomprensibles que al final siempre nos deleitan con respuestas a muchas preguntas e inquietudes abiertas y estremecedoras.
Así es la vida, un juego sin reglas en toda regla.
http://www.jorgevargas.com.mx/wp-content/uploads/infinito-eternidad-reloj.jpg |
......................
No hay comentarios:
Publicar un comentario