Era todo un SEÑOR. Sí, con mayúsculas. Fue y lo seguía
siendo. Era un gran Filósofo-Matemático. Pálido. Flaco. Enjuto. Afable.
Reflexivo. Ahora desanimado de su vida y
cansado, muy cansado. Pero ese día, como
buen profesional que siempre lo fue, se le ocurrió volver a pensar, a analizar,
a sentir un ataque de reflexión. Estaba ensimismado cuando sintió la necesidad
de saber qué tiempo le podía quedar y si podía controlarlo. Así que comenzó a
pensar en una cifra. Vueltas y vueltas a cifras matemáticas dio y dio. Al final
la halló. “80.000”. Pensó que era una cifra amplia pero a la vez proporcionada,
no demasiado desmesurada. No era nada ni tampoco el todo. No era mediocre pero
tampoco era el súmmum. Era más de la mitad pero no el todo. Era perfecta.
Así que reflexionó sobre qué hacer con ella que tuviera relación con su
vida, con su posible final y actual
situación. Cogió lápiz y papel como era su costumbre, ya que las nuevas
tecnologías no le aseguraban el
equilibrio al que él estaba acostumbrado y comenzó con sus cálculos:
-Tratemos segundos:
Un minuto = 60
segundos x 60 minutos = una hora = 3.600
segundos x 24 horas que tiene un día = 86.400 segundos por día. Si cuento con
80.000 segundos, ni siquiera vivo un día. No me interesa, Eso es poco.
- Tratemos minutos:
60 minutos x 24 horas
= 1.440 minutos
80.000 minutos: 1.440 minutos / día = 55,5 días. Casi no
llegaría a dos meses de vida y quizás necesite un poco más, pensó.
- Tratemos horas:
80.000 horas: 24 horas / día = 3.333,333…. Días
3.333,33 días: 365 días / año = 9,13…años. No está mal. Y le
apareció una mueca de complicidad en su cara. Pero no se paró ahí.
- Trataré por días / semana:
24 horas x 7 días /semana = 168 horas / semana
80.000 horas: 168 horas / semana = 476,190 semanas
476,190 semanas: +/- 52 semanas por año = 9,15 años. Bueno,
reflexionó, se repite la cifra y quizás me quede con ella. Me gusta, no está
mal. Podría concluir con mis pendientes y no me cansaría de la espera. Pero por
curiosidad…
- Tratemos meses:
80.000 meses: 12 meses / año = 6.666,66…
Abriendo los ojos de tal forma que casi salían de sus órbitas, frenó sus cábalas
matemáticas y pensó: “Voy a cerrar un poco estas nevadas pestañas mientras
ordeno…” y cayó fulminado en un profundo sueño causado por el agotamiento
producido por la falta de costumbre. Su faz presentaba una complaciente y
tranquila sonrisa. Viviría un poco más y ahora feliz por la tregua que las
cifras le habían presentado.
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