Se me echaba encima el tiempo y seguía sin saber bien qué decir.
Probablemente porque se me atolondraban demasiadas palabras rebosantes de sentimientos y pensamientos rumiados, esas que al final terminaron formando un nudo imposible de deshacer en mi garganta.
Como suele pasar en estas desagradables situaciones, finalmente me asfixié con aquel cúmulo de reflexiones y oraciones que habían quedado, inevitablemente, taponadas en el interior de mi cuello, ancladas a las cuerdas vocales como si bajo sus pequeñas líneas escritas y su diminuto corazón palpitante tan solo existiera el abismo de mis entrañas.
No se lo recomiendo a nadie.
No se lo recomiendo a nadie.
Ahogarse en la propia náusea provoca unas arcadas terribles y deja un insoportable dolor de cabeza.
Y resulta que ahora, ya asfixiada, enmudecida y moribunda, es cuando parece que recupero el habla y la cordura.
Nunca manejé bien los tiempos.
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