Mi abuelo fue relojero.
En realidad fue relojero y muchas cosas más, pero recuerdo con especial admiración esa dedicación en sus tiempos libres a arreglar los relojes y maquinaria variada de todo el vecindario, así como de la familia y algunas amistades.
El olor a estaño caliente, la lupa en el ojo y las pequeñas y delicadas pinzas de metal meticulosamente preservadas y utilizadas me dejaban en absoluta hipnosis aquellos sábados de mi infancia.
Aun a pesar de que siempre trabajaba en un cuarto improvisado de la casa, con el que habíamos robado espacio a la terraza buscando tranquilidad y concentración, yo siempre me las ingeniaba para irrumpir emocionada e inquieta en su lugar de faena.
Su amor hacia mi le impedían negarme la entrada y allí me sentaba, en sus rodillas o en una silla alta a su lado, para ver cómo, con una delicadeza extraordinaria, iba desmontando, limpiando, arreglando y volviendo a engarzar, pequeñas piezas casi imperceptibles para mi inocente ojo.
En cada una de aquellas visitas a su taller era consciente de la grandeza e importancia de mi abuelo para quienes habían confiado en sus curtidas manos el arreglo de aquel aparato con, generalmente, un valor no material incalculable.
Lo admiraba. Lo admiro.
Creo que su sueño siempre fue poder parar el tiempo, o, en su defecto, arreglar el tiempo de los demás para que no lo desaprovecharan. Me temo que eso lo heredé de él y también me temo que ambos logramos pocos éxitos en nuestro cometido... sin embargo, de lo que sí estoy segura, es de que ambos ponemos en esta vida mucho empeño en que parte de aquellos que nos rodean sepan aprovechar las bondades de la vida...
...como hiciste con tu hermano, abuelo, dándole siempre un punto de apoyo y un ejemplo que fue, para él y para ti también, esencial.
La vida sigue su ritmo, tan fascinante como despiadado. No podemos parar el tiempo de aquellos a quienes amamos, pero sí hacer que lo vivan intenso. Tú lo haces, tú así lo hiciste con él, yo pude ser testigo directo de aquello... yo pude ser testigo de cómo, contigo a la cabeza, como un Fitipaldi aparentemente desbocado, lo condujiste por carreteras de intensa vitalidad y de modélica existencia.
Siempre seréis Zipi y Zape... aunque la vida siga su ritmo... tan despiadado como fascinante.
Ánimo abuelo, aunque lejos físicamente en estos momentos, mi corazón sigue sentado sobre tus rodillas o en una silla alta a tu lado... mirando maravillada cómo recompones relojes de bolsillo o de pulsera para dejarme, como herencia hipnotizante, ese afán por parar el tiempo, o, en su defecto... arreglar el de los demás.
Te quiero abuelo.
Tío A. siempre te recordaré.
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2 comentarios:
Muchas gracias, querida nieta.
Una vez más has sabido tocarme la fibra. Me has emocionado. Has conseguido que mis lágrimas fuyan una vez más.
Sabía que al enterarte de la pérdida tan sentida para nosotros y en especial para mí, tú, en algún momento que tu carga extrema de trabajo te dejara, estarías ahí, animándome y yo te lo agradezco mucho.
Tú tranquila, yo estoy bien, todo lo bien que se puede estar en este momento, pero reconfortado con los que os tengo a mi lado, y tu también lo estás.
El detalle del acordeón ha sido muy emocionante por todos los recuerdos que me trae de mi querido hermano. Muchas y muchísimas gracias otra vez.
Te quiero mucho y te dejo un montón de besos.
Gracias.
Ya falta menos para vernos abuelo. Poco, muy poco.
Animo y un besazo ENORME...
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