viernes, 1 de noviembre de 2013

DÍA 464: 50.000 por LUIS

 



LA SILLA VACÍA
 
De fastos y boato, de derroche y desperdicio, de estafa y usura, de cretina necedad la atmósfera me rodea. 
          
Sumida en guerras donde siempre gana mi lobo estepario, no encuentro la superficie en este mar de fango; la línea a partir de la cual regalarme una bocanada de aire respirable. 

Las sienes me atormentan palpitando al son de la catástrofe; millones de puños oprimen un cerebro desquiciado siempre a punto de resquebrajarse en su infinita fragilidad. Es la ciega necesidad de terminar, dar fin una vez se acabó el plazo. No caben prórrogas, y sin embargo... poner fecha a la propia muerte despierta las ganas de vivir. Algún yo interno intenta alargar la medida del tiempo, hacer que el reloj se ralentice hasta detenerse, porque, sin querer, acabas de crear una meta de transgresión. 

Quieres, necesitas desobedecerte. 

El ábrego viento saca mi pensar del bucle en el que lo encarcelo y despertando al mundo caigo en que mi pesada carga reposa en la silla que tengo a la vera. 

El día es bueno; la temperatura agradable y el incipiente otoño no ha conseguido cambiar el paisaje. El tibio sol y el murmullo de las olas que rompen contra el acantilado, allá abajo, juegan a adormecerme inútilmente. Los veraneantes ya se fueron  llevándose consigo sus colores y algarabías, dejando la lejana playa con la serenidad de lo triste. No hay niños que me distraigan con sus gritos, ni vendedores que voceen, ni sombrillas que oculten, solo la amarillenta inmensidad de la arena y nada que me obligue a seguir viviendo. Mi mundo revolotea entre las que otrora fueran penas y alegrías cotidianas y hoy sólo amargura y desazón. 

Jacinto, mi querido amor, sigue ahí, pegado a su postura casi inanimada, con la mirada fundida en el horizonte de un Mediterráneo que se enfría. Sus ojos miran sin ver y yo, sentada sobre la misma piedra de siempre, desespero ante la vida que se pierde en su interior, que se difumina hasta perder todo atisbo de sentido. Cuantos recuerdos se añejan, pudren y desaparecen en el interior de su cuerpo impávido; cuantos sin que nada o nadie pueda evitarlo. Sus manos, en tiempos fuertes y rudas, reposan hoy arrugadas, traslúcidas y temblorosas sobre su regazo. Ya no me acarician, ya no me sujetan, ya no me conocen. Cuanto daría por un beso suyo, y cuanto por un brillo de sus ojos, o una sonrisa. A duras penas recuerdo ya su voz, sus excusas, sus chistes malos; aquellos pisotones en el baile, sus salidas de tono con los niños... y sus celos. Hace tanto ya que no somos nada para él que a punto estuve de olvidar lo que fuimos el uno para el otro.

Fue cuando nació Manuel, el mayor; entonces me  prometió traerme a la costa para que mi castigado cuerpo se recuperara de un arduo embarazo y un parto doloroso. Compró la casita de la plaza -según dijo-, solo para mí; pero no consiguió engañarme: él la necesitaba más que yo. Desde entonces, todos los veranos los pasamos aquí, a orillas de un mar agradecido y cariñoso que nos dio más de lo que le pedimos. Mientras la niñez de los hijos lo permitió, ningún año hubo que la casa no nos recibiera uno o dos meses y que sus pocas habitaciones se llenaran del caos y el barullo que acompaña a la infancia y a la felicidad. Jacinto trabajaba mucho en la zapatería  y cuando nació José, el segundo, y tuve que dedicarme en exclusiva a ellos, necesitó hacerlo mucho más. Algún verano tuvo que conformarse con acompañarnos solo los fines de semana. Eran fines de semana de ilusión y reencuentro. Los niños le idolatraban, sentían verdadera pasión por él y, saltando a su alrededor, pedían besos y regalos como quien pide de comer y Jacinto nunca les defraudó. Con el tiempo fueron creciendo y añejando y poco a poco necesitándonos menos. Uno tras otro -los cuatro-, abandonaron el nido llevándose la alegría y dejándonos la necesidad de uno por el otro. Fueron años de serena tranquilidad. Cuando ninguno quedó ya en casa, volví al trabajo. La zapatería no me necesitaba, pero el eco de la casa vacía me era incómodo y él me aceptó a su lado allí también.

Fuimos felices en ese tiempo; serenamente felices, sin estridencias. Vivíamos sumergidos en  un océano oleoso sin roces ni desgaste, donde la vida pasaba despacio y el tiempo deprisa; donde cada arruga era una anécdota vital y cada achaque una historieta que contar a los vecinos. A los chicos los veíamos poco -nunca es bastante-, pero estaban ahí, a nuestro lado, dejándose ayudar y haciéndonos envejecer con sus problemas y alegrías, con sus idas y venidas.

Luego llegaron los nietos con nuestra jubilación bajo el brazo y la necesidad acuciante de servirles en algo. La casa de la plaza se llenó de nuevo de vida y Jacinto se sintió dios en la confesión intramuros. Las horas sin sus hijos de antaño se convirtieron en un trofeo conseguido con sus nietos; los veranos con ellos se volvieron sangre para unas venas sedientas que empezaban a acartonarse.

-¿Qué día es hoy?
-Martes, Jacinto, martes... 

Al igual que las grandes obras comienzan con algo tan ingrávido como una idea, mi infierno, nuestro infierno, empezó con una simple pregunta; y a esa siguieron muchas más hasta que toda su existencia se convirtió en una pregunta. 

Los primeros meses y como quien esconde la cabeza en un agujero, todos volábamos a su alrededor temiendo aquello que sabíamos, rozando sin tocar; hasta que el diagnóstico fue tan categórico que aquellas miradas de preocupación se convirtieron en súplicas y quebrantos.

-¿Y ahora qué hago?

-Ahora tienes que desayunar, Jacinto… ¿Te has lavado?

-¿Y por qué tengo que lavarme? ¿Quién es ese…?

-Tu nieto, Jacinto, tu nieto.

Los despistes se convirtieron en distracciones, las distracciones en olvidos y estos en  una implacable incineración de la memoria. Su cuerpo, aún viejo, se soltó de la mano de su mente y dejó a esta vagar libre por los páramos de la soledad: había comenzado su viaje hacia ninguna parte, una irrefrenable caída hacia las vacías cavernas del Alzheimer. 

Desde ahí, mi tiempo se fue desviando progresivamente a su atención, hasta que todo él quedó de su inconsciente propiedad; en su interior se desarrollaba una cruenta batalla contra los ladrones de recuerdos, una batalla sorda que estaba perdida de antemano y en la que no se me dejaba intervenir. Al poco, hasta los golpes de mal humor desaparecieron y en su huida, se llevaron el control de su cuerpo y la mitad de mi vida. La otra mitad ha ido consumiéndose desde entonces. Los hijos propusieron soluciones, infinidad de soluciones; la mayoría de ellas descansaban sobre la idea del abandono, sustraerlo de mi cuidado  con la inocente  pretensión de  apartarme de la más sagrada obligación… y me negué. Se fueron con sus vástagos, sus perros y sus cacharros dejándome con mi amada carga y la fecha de caducidad marcada en el corazón. 

Me alcanzan gotas de agua. La sal despierta mis labios y compruebo que la brisa se ha hecho viento sin avisar. Miro a Jacinto y veo que su mirada se ha vuelto vítrea. Parpadea intentando impedir que el húmedo mensaje del mar interrumpa la vista del infinito que tiene desde su vieja silla.

-Ya es la hora, Jacinto. –Me levanto trabajosamente sin conseguir atraer su atención y –despacio, muy despacio- cojo una de sus manos. Tiro de él con suavidad obligándole a levantarse y lo hace sin oponer resistencia. La silla le deja ir. Con pasos cortos, titubeantes, imprecisos, recortamos los pocos metros que nos separan del borde. El mar nos llama con verbo monótono y consistente. Una inmensa ternura me invade cuando, cogiéndole de la barbilla, le obligo a dejar el infinito para que me haga el centro de su indeterminado mundo… Quiero besarle antes de… con un gemido se escabulle para continuar con la contemplación de la nada  y  resignada, le beso en la mejilla. Un beso largo y solitario. 

El mundo se aleja de mi cuando le veo caer hacia la salvación y estrellarse contra las piedras en una orgía de brillos y espuma. Al fin cuerpo y mente acompasaron sus destinos sobre las rocas del acantilado. 

Es hora de acudir a la cita.

Es mi turno…

..................

15 comentarios:

Cuentón dijo...

Luis, gracias por regalarnos un cuento tan bello en su contenido como en su forma. Muy acorde, también, con el día que es hoy.
Después de tanta belleza, se me pinta la cara al pediros que visitéis mi blog, hoy que se cumple un año de la tragedia del Madrid Arena, y leáis "Las cinco estrellas", cuento dedicado a las cinco chicas fallecidas.
http://loscuentostontos.blogspot.com.es/2013/11/33-las-cinco-estrellas.html.
Enhorabuena, Luis.

Unknown dijo...

Que no se te pinte, hombre, que ya estamos de vuelta de algunas cosas.
Gracias por tu tiempo, Cuentón.

Cuentón dijo...

Que sorpresa, Aldade, no sabía que habías participado bajo el seudónimo de Luis.

Unknown dijo...

Es una larga historia a resultas de la cual no sé cual de los dos es mi verdadero nombre.
¡Cosas de la vida!
Lo cierto es me llame como me llame, sigo siendo el mismo probrecito de siempre.
Saludos.

Lucía dijo...

Inclemente, doloroso, y bello. En mi caso, ha llegado muy dentro. Gracias, Luis.

Docecuarentaycinco dijo...

Cuentón y Lucía... la belleza de este relato es indudable, intenso y con un eco estridente en la conciencia y en la retina. Ciertamente confirma lo que veníamos diciendo, ¡es marravilloso ir desvelando poco a poco lo que una misma imagen puede provocar en los creadores! No imaginais lo agradecida que estpy por saber que estáis ahí, al otro lado... incondicionales y cómplices.

Para ti, Aldade... nuevamente gracias por tu participación, po tu tiempo y esfuerzo invertido en esta ventana descontrolada donde hemos quedado todos atrapados (y, me temo, sin intención de querer salir de ella). Bello relato. Muy bello. Un beso enorme y feliz fin de semana.

En cuanto al conflicto nombre/pseudónimo... no añadiré más al respecto, al fin y al cabo lo bonito de este espacio es desvelar hasta donde uno quiera, llega un momento en el que el nombre pasa a ser una etiqueta secundaria, como en una familia, pura anécdota ;).

Muchos besos a todos/as.

Unknown dijo...

Hola de nuevo: Mis limitaciones a la hora de expresarme son evidentes. Espero que me creáis cuando os diga que lo mio no va ni con nombre ni con seudónimo. Yo soy Luis, Luis de Castro para más señas y que Aldade -del que no reniego- no es más que fruto de mi supina inoperancia... vamos, que me hice un barullo de mil demonios con lo de Google/blog/e-mail/etc; por todo lo cual, lo mismo da, que da lo mismo. Llámenme ustedes como crean conveniente. Lo cierto es que no me quedan fuerzas para deshacer el entuerto.
Para servirles con sumo gusto:
Luis/Aldade

Docecuarentaycinco dijo...

Todos somos quien queramos ser, así pues... ¡que siga el espectáculo! :)

Anónimo dijo...

https://www.facebook.com/pages/Colegio-San-Gabriel-para-Sordos-Puerto-Rico/179487445485622?ref=stream

M.G dijo...

Vaya nivelazo, Luis,!!!!
Una narrativa preciosa manifiestas en tu escrito.
La exposición y la forma para mí perfectas.
He reflexionado sobre lo escrito ayer por IXONE y hoy por tí y pienso: ¿os conoceis? Porque el de ayer es como un preludio muy resumido del de hoy. En texto y en vídeo.( según mi parecer)
Supongo que nada tiene que ver pero..La vida tiene estas cosas, estas cosas tiene la vida ¡ay, Dios!....Canción (aunque la letra es de que la vida te da sorpresas...)
Mi muy querida anfitriona: pienso que tal y como se van desarroyando las cosas te veo, en un futuro, programando un concurso literario de muy alto nivel entre tus seguidores. Tu blog partcipativo, como bien dices, se va nutriendo de muy hábiles literatos, aunque esa no sea su profesión.
Me encanta lo que escribes y también los escritos de los que se unen a tu proyecto.

Ánimos a todos y Feliz Fin De Semana.

Unknown dijo...

Son las cosas de la vida.
Gracias por derrochar tu tiempo leyendo historietas como esta y a docecuarentaycinco PM por alojarlas en su casa.

Docecuarentaycinco dijo...

¡Saludos Anonimo!... Ahora me dejas con el misterio de sabe quien eres para publicar, espontáneamente, ese enlace tan conocido paa quien esto escribe ;).

Imagino que el anonimato forma parte del juego, pero si pudieras darme una pista de tu identidad sería maravilloso, me come la curiosidad (aunque mate al gato.. ;D):

Un beso muy fuerte y ¡FELIZ SABADO!

Docecuarentaycinco dijo...

M.G., atisbas mucha magnitud en este pequeño hogar... la calidad la dan esas miradas y esas creatividades de quienes están tras las pantallas, juntos podemos hace grandes cosas, siempre que queramos y a pesar de las dificultades y el esfuerzo... con este reto estamos dando ejemplo de ello.

Cierto es que 12:45pm nos está trayendo gratos momentos a todos, así que sin soñar más allá de lo prudencial, de momento seguimos el camino sumando más compañeros al viaje, como suele decirse, lo importante no es llegar, lo importante es disfrutar el camino ;).

Muchas gracias por estar ahí, incondicional y con tanto compromiso con esta ventana que aparenta locura pero esconde más cordura de la que podemos imaginar ;).

Un beso muy fuerte y ¡¡FELIZ SABADO!

Felipe dijo...

Me ha sorprendido. El relato es precioso, quizás en exceso para mostrar la crueldad de esta enfermedad en particular y la falta de objetivo de la vida en general.

Supongo que con el paso del tiempo iremos viendo que ese pretendido y juvenil anhelo de la inmortalidad que nos acompaña desde los albores de nuestra especie es incompatible con la supervivencia de ésta.

La vida tiene en su final su única razón de ser.

Repito, bonito relato para reflexionar lo que, supongo, muchos no han reflexionado.

Docecuarentaycinco dijo...

¡Bienvenido Felipe! MUchas gracias por tu tiempo en esta ya tu casa.
Como ves los relatos participantes del reto de las 50.000 visitas son de alta calidad y de gran profundidad. Todos para pararnos a meditar sobre ellos y algunos, como este de Luis, desgarradores.
Un abrazo muy fuerte y que tengas un domingo maravilloso.