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Los deseos a la vida hay que susurrárselos bajito. Sin prisa. Balanceándolos
en un hilo de voz que cuelgue de la comisura del alma. Con ternura y vehemencia.
A la vida los deseos hay que pedírselos entre murmullos. Con suavidad y
ternura, como quien acaricia sutilmente una brillante lámpara mágica de la que fuera
a salir el genio de los tres deseos del alma.
Los anhelos se mascullan entre dientes y emociones. Entre sueños y
pasiones. Entre oídos. Corazones.
Yo gritaba mis deseos, alto, sin control ni
gobierno. Como si fueran derechos. Caminaba desorientada. Subversiva y
contestataria… “¡porque yo me lo merezco!”.
Disparate. Falta.
Ahora sé que a la vida hay que susurrarle, con vehemencia, todo lo que
nuestro espíritu encierra. Mostrarle, pausados, pequeños retazos de fantasía.
Silenciosos. Sin aspavientos, pompas o alborotos.
La vida solo escucha y atiende, a quien desde la calma le susurra deseos
profundos. Deseos que encierra discretos el alma. Deseos potentes, tan potentes
como un grito mudo que se mueve entre fantasías, delirios y ansias.
La vida escucha, créeme, tan solo hay que callarse… y escucharla.
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2 comentarios:
Bonita reflexión. Tema de fin de semana. Voy a practicarlo, a ver si funcona.
Un abrazo
Buen fin de semana M.G.!
Un abrazo
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