DÍA 230: "Grande es el arte de comenzar, pero mayor es el arte de concluir"

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Hoy amaneció lloviendo de manera intermitente, a pequeños sorbos, inconsistente.

Prejuiciosa y con cierto recelo noto cómo el Lunes me dice que es para borrar toda huella de malestar existente, pues los comienzos de semana tienen algo inexplicable que suelen hacernos padecer y sollozar entrecortadamente... tan bajito que nadie nos oye. Tan sutil es nuestro gemido que las lágrimas se precipitan hacia dentro, por eso es que en las mañanas de los Lunes tragamos más saliva y se nos acomoda un nudo en la garganta, porque nos lamentamos y destilamos gotas de párvula rebeldía.

Sin embargo, a pesar de que nuestro estremecimiento compungido es silencioso y profundo, la tormenta y los Lunes sí nos escuchan, ellos saben de nuestro quejido aniñado y caprichoso. Por eso los Lunes son los días que más acumulación de agua de lluvia se reporta a los Centros Nacionales de Meteorología, lo dicen las estadísticas... y ellas nunca engañan.

Los Lunes huele raro. Es como un hedor descompuesto, un aroma a humedad ennegrecida. No me gustan los malos olores, no me gustan los Lunes y sus odoríferos sinsabores.

Las tareas pendientes martillean hoy mi conciencia, las mismas que hace tan solo dos días se desvanecieron en un mar de euforia capaz de borrar cualquier malestar arrastrado... el milagro de los Viernes lo llaman las malas lenguas. La fuerza de la prioridad ayudada por aquellas labores recurrentemente aplazadas, especialmente las que llevo tiempo remolcando en la agenda de tareas prorrogables, me dan dolor de cabeza y me oprimen la conciencia.

Quizás lo mejor sea recostarme de nuevo en el sofá, a solas, sin ordenadores ni palabras ni quehaceres golpeando mi cabeza... quizás lo mejor sea escuchar cómo la lluvia intermitente se lleva mis aprensiones malcriadas y las precipita al océano... transformándolas en etérea preocupación y volátiles obligaciones...