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Propuesta hecha por Javier en el "DÍA 200: Jornada de objetivos abiertos".
En este caso el desafío que me llega es una conocida y preciosa imagen en blanco y negro realizada por Robert Doisneau, un beso histórico, un significativo beso. Nuevamente una elección magnífica y un reto complejo, pues, como suele pasar, la fotografía propuesta evoca y provoca miles de sensaciones y emociones diferentes. Finalmente la inspiración me llevó por estos derroteros.
Deseosa de disfrutar de un delicioso café caliente con dos dedos de espuma y olor a añoranza reconfortante elegí, de entre todas las mesas libres a esa hora de la tarde, la más cercana al gran ventanal.
Mientras los rayos grisáceos del atardecer se hacían paso entre conversaciones y arrumacos yo iba deshaciéndome de todo el ropaje que minutos antes me había protegido del frío cortante en aquel anochecer pausado de un Domingo cualquiera de Noviembre. Para cuando llegué a la mesa de hierro forjado y cristal alegremente decorado no me quedaban manos libres de atavíos, llegar a ella sorteando las pequeñas mesas circulares abarrotadas de parejas enamoradas, miradas cómplices, copas de champán, cafés y vinos sin derramar un solo recipiente fue, sin lugar a dudas, toda una heroicidad.
Me senté desplomada y complacida sobre la silla ubicada frente al gran marco de vidrio que mostraba, como en una película muda, el transitar sosegado de una ciudad una tarde de día festivo. Descargué las vestimentas de finales de frío Otoño sobre una segunda silla que quedaba vacía junto a mí... y suspiré como quien exhala una añoranza demasiado tiempo encarcelada. Me sentía tranquila y feliz.
El camarero, con experimentada y circense costumbre se acercó hasta donde me encontraba ubicada. Con su bandeja de madera tallada y cromada en cálidos colores en lo alto de su brazo, la mirada inmóvil en su objetivo, el paso ligero y una habilidad asombrosa esquivaba alegre el laberinto de mesas que dificultaban la llegada a mi cómodo emplazamiento. Tan solo sufrió en su camino un pequeño tropiezo provocado por el enredo de una bufanda de lana que había quedado enredada entre las patas de una silla abandonada. Superó el incidente con soltura y coreográfico equilibrio, lo que provocó un tímido aplauso de emoción entre algunos de los presentes... incluyéndome yo.
Le ordené un espumoso café capuchino y un croissant recién horneado como acompañamiento. Era día festivo, me daría un pequeño capricho. Y le regalé, antes de irse a preparar el encargo, una agradecida sonrisa de complicidad y complacencia.
Mientras esperaba el pedido me perdí en la filmación a tiempo real que se deslizaba tras el ventanal frente a mí. Un hombre sentado en la terraza exterior del local conversaba animado y sonriente con una bella muchacha de pelo rubio y boina de suave lana ladeada, quedaban a la izquierda de mi mirada tras el cristal y no incomodaban mi visión fotográfica, así que me sentí afortunada por la elección de mi mesa una vez más.
Al fondo, la calle era un entramado de vehículos que iban y venían cruzándose rítmicos entre sí sin orden aparente. En segundo plano una marea de personajes sin esencia que caminaban ausentes buscando el cobijo cálido que el paso rápido podía darles en el final de una gélida tarde sin tiempo.
Hacía unos minutos que el capuchino reposaba paciente en la mesa protegido por mis brazos, pero no fue hasta que mis dedos acariciaron sin querer el delicado plato de borde dorado que me percaté de su presencia. La vida de la calle, sus idas y venidas, sus ruidos silenciados por el amplio vidrio transparente me habían atrapado de una manera hechizante, abrumadora y hospitalaria... el frío del exterior había quedado reducido a un lejano recuerdo, a una quimera de un pasado adormecido.
Tomé la tacita suavemente con mis manos y la elevé haciendo equilibrio y contrapeso con mis dedos ansiosos. En el preciso instante en el que mis labios rozaron el borde de la taza de porcelana humeante y el café caliente con aroma a chocolate inundó mi boca, remonté nuevamente mis párpados y dirigí la mirada hacia el gran ventanal... y allí los vi... lejos de la ciudad... lejos de mi mirada y del ensordecedor ruido de las insensibles calles en el atardecer de un frío día festivo de Noviembre... allí, en el centro del gran ventanal, dos enamorados creaban su universo de amor implosivo, haciendo estallar sus corazones bajo los abrigos con un beso robado a la intemperie de las grises calles metropolitanas.
Y fue en ese momento, bajo el embrujo de aquella película muda, muda de amor y ternura, muda de todo pensamiento anodino e insustancial, muda y embelesada... y teniendo todavía el sabor del chocolate en la comisura de los labios, cuando un reconocido sonido me despertó del letargo apasionado e hizo que girara instintivamente la cabeza.
Ahí fue cuando lo vi, soltando el pulsador y escondido detrás del objetivo de su pesada cámara, capturando el momento desde su mesa extraviada en aquella marea de sillas y charlatanes al cobijo de una cafetería cualquiera en el centro de la ciudad... una mirada soñadora y de aventurero cazador de historias singulares me hizo sospechar que aquel hombre, más allá de ser indiscreto artista de la imagen revelada, era un explorador de esencias y cualidades excepcionales extraviadas entre aceras y asfalto con olor a humo y soledad.
Se percató inmediatamente de mi mirada indiscreta y, sonrojándose como solo lo hacen los niños a los que se les acaba de descubrir cometiendo un acto inapropiado e impuro, entornó la mirada, guardó su cámara con suave experiencia y se incorporó diligente caminado con prisa hacia la salida del local, removiendo a su paso el humo que serpenteante se deslizaba entre mesas y conversaciones.
Yo quedé inmóvil, mirando estática hacia donde aquel extraño había apresado con su lente fotográfica un momento de intensa emoción hacía tan solo unos segundos. Notaba su energía, aquel extraño halo de locura y grandiosidad que solo los hombres que hacen historia desprenden. Sobre la mesa vacía y abandonada, tan solo una servilleta aplastada manchada con algunas gotas de tinta negra todavía húmeda y centelleante.
Me levanté con agilidad, dejé unas monedas sobre el plato dorado que había sostenido mi café algunos minutos atrás, cogí resolutiva la maraña de ropa hibernal que reposaba ajena en la silla contigua y, con un discreto saltito, alargué el brazo recuperando la bolita de papel desordenada que el misterioso fotógrafo había abandonado desinteresado sobre su mesa en aquella cafetería llena de vapor e historias inconfesables... la guardé con disimulo en el bolsillo de mi chaqueta de punto color pastel... y comencé mi huidizo caminar.
Crucé la puerta sintiendo cómo mis pies se deslizaban etéreos sobre el suelo... embelesada, ingenua, soñadora...
... caminé unos pasos hacia mi derecha y al llegar al lugar desde el que hacía unos minutos una pareja de enamorados se besaba apasionadamente ignorando que aquella muestra de amor eterna había sido congelada por un carrete de celulosa en blanco y negro, miré hacia dentro de la cafetería, desde el otro lado, regalándome ahora el marco de cristal una imagen invertida, el escenario de la película había cambiado, mostrándome escenas de un bar agitado, lleno de historias extravagantes y estrepitosas...
... y yo allí, de nuevo hechizada, de pie rodeada de transeúntes que caminaban ignorantes junto a mi, empujándome suavemente con su atropellado caminar... ausente, evadida, evasiva.
Introduje cautivada la mano en la chaqueta de punto y extraje la bolita de papel y tinta escarchada... la desdoblé con nerviosismo y mastiqué con la mirada su delicada caligrafía, saboreando pausadamente el susurro de las palabras impresas...
... escuché en ese momento el sonido del pulsador de su cámara aprisionadora de esencias irrepetibles, sabía que yo era su objetivo, notaba su cautivadora presencia escondido entre los dinámicos viandantes.
Me giré con rapidez y ví a un hombre salir huyendo, supe que era él, su alma dejaba un inconfundible rastro de fragancia a vida y a tesoros escondidos.
Eché a correr, siguiendo la dirección de sus pasos. Sin tiempo que malgastar, perdiéndome entre la gente, entre memorias, entre besos robados, conversaciones, caminantes y ráfagas de frío Otoño... buscando la esencia de una aventura que me hiciera abandonar el asiento de comodidad por el que llevaba demasiado tiempo pagando en aquella asombrosa ciudad de luces cegadoras y sombras errantes... buscando mi esencia en la cámara de un enigmático fotógrafo, ladrón de soledades tras una gran vidriera de cristal cinematográfico y de objetivos de mágicas habilidades.
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http://www. |
Entré a la acogedora cafetería casi sin hacer ruido, colándome silenciosa como el suspiro liberado tras un sí quiero.
Deseosa de disfrutar de un delicioso café caliente con dos dedos de espuma y olor a añoranza reconfortante elegí, de entre todas las mesas libres a esa hora de la tarde, la más cercana al gran ventanal.
Mientras los rayos grisáceos del atardecer se hacían paso entre conversaciones y arrumacos yo iba deshaciéndome de todo el ropaje que minutos antes me había protegido del frío cortante en aquel anochecer pausado de un Domingo cualquiera de Noviembre. Para cuando llegué a la mesa de hierro forjado y cristal alegremente decorado no me quedaban manos libres de atavíos, llegar a ella sorteando las pequeñas mesas circulares abarrotadas de parejas enamoradas, miradas cómplices, copas de champán, cafés y vinos sin derramar un solo recipiente fue, sin lugar a dudas, toda una heroicidad.
Me senté desplomada y complacida sobre la silla ubicada frente al gran marco de vidrio que mostraba, como en una película muda, el transitar sosegado de una ciudad una tarde de día festivo. Descargué las vestimentas de finales de frío Otoño sobre una segunda silla que quedaba vacía junto a mí... y suspiré como quien exhala una añoranza demasiado tiempo encarcelada. Me sentía tranquila y feliz.
El camarero, con experimentada y circense costumbre se acercó hasta donde me encontraba ubicada. Con su bandeja de madera tallada y cromada en cálidos colores en lo alto de su brazo, la mirada inmóvil en su objetivo, el paso ligero y una habilidad asombrosa esquivaba alegre el laberinto de mesas que dificultaban la llegada a mi cómodo emplazamiento. Tan solo sufrió en su camino un pequeño tropiezo provocado por el enredo de una bufanda de lana que había quedado enredada entre las patas de una silla abandonada. Superó el incidente con soltura y coreográfico equilibrio, lo que provocó un tímido aplauso de emoción entre algunos de los presentes... incluyéndome yo.
Le ordené un espumoso café capuchino y un croissant recién horneado como acompañamiento. Era día festivo, me daría un pequeño capricho. Y le regalé, antes de irse a preparar el encargo, una agradecida sonrisa de complicidad y complacencia.
Mientras esperaba el pedido me perdí en la filmación a tiempo real que se deslizaba tras el ventanal frente a mí. Un hombre sentado en la terraza exterior del local conversaba animado y sonriente con una bella muchacha de pelo rubio y boina de suave lana ladeada, quedaban a la izquierda de mi mirada tras el cristal y no incomodaban mi visión fotográfica, así que me sentí afortunada por la elección de mi mesa una vez más.
Al fondo, la calle era un entramado de vehículos que iban y venían cruzándose rítmicos entre sí sin orden aparente. En segundo plano una marea de personajes sin esencia que caminaban ausentes buscando el cobijo cálido que el paso rápido podía darles en el final de una gélida tarde sin tiempo.
Hacía unos minutos que el capuchino reposaba paciente en la mesa protegido por mis brazos, pero no fue hasta que mis dedos acariciaron sin querer el delicado plato de borde dorado que me percaté de su presencia. La vida de la calle, sus idas y venidas, sus ruidos silenciados por el amplio vidrio transparente me habían atrapado de una manera hechizante, abrumadora y hospitalaria... el frío del exterior había quedado reducido a un lejano recuerdo, a una quimera de un pasado adormecido.
Tomé la tacita suavemente con mis manos y la elevé haciendo equilibrio y contrapeso con mis dedos ansiosos. En el preciso instante en el que mis labios rozaron el borde de la taza de porcelana humeante y el café caliente con aroma a chocolate inundó mi boca, remonté nuevamente mis párpados y dirigí la mirada hacia el gran ventanal... y allí los vi... lejos de la ciudad... lejos de mi mirada y del ensordecedor ruido de las insensibles calles en el atardecer de un frío día festivo de Noviembre... allí, en el centro del gran ventanal, dos enamorados creaban su universo de amor implosivo, haciendo estallar sus corazones bajo los abrigos con un beso robado a la intemperie de las grises calles metropolitanas.
Y fue en ese momento, bajo el embrujo de aquella película muda, muda de amor y ternura, muda de todo pensamiento anodino e insustancial, muda y embelesada... y teniendo todavía el sabor del chocolate en la comisura de los labios, cuando un reconocido sonido me despertó del letargo apasionado e hizo que girara instintivamente la cabeza.
Ahí fue cuando lo vi, soltando el pulsador y escondido detrás del objetivo de su pesada cámara, capturando el momento desde su mesa extraviada en aquella marea de sillas y charlatanes al cobijo de una cafetería cualquiera en el centro de la ciudad... una mirada soñadora y de aventurero cazador de historias singulares me hizo sospechar que aquel hombre, más allá de ser indiscreto artista de la imagen revelada, era un explorador de esencias y cualidades excepcionales extraviadas entre aceras y asfalto con olor a humo y soledad.
Se percató inmediatamente de mi mirada indiscreta y, sonrojándose como solo lo hacen los niños a los que se les acaba de descubrir cometiendo un acto inapropiado e impuro, entornó la mirada, guardó su cámara con suave experiencia y se incorporó diligente caminado con prisa hacia la salida del local, removiendo a su paso el humo que serpenteante se deslizaba entre mesas y conversaciones.
Yo quedé inmóvil, mirando estática hacia donde aquel extraño había apresado con su lente fotográfica un momento de intensa emoción hacía tan solo unos segundos. Notaba su energía, aquel extraño halo de locura y grandiosidad que solo los hombres que hacen historia desprenden. Sobre la mesa vacía y abandonada, tan solo una servilleta aplastada manchada con algunas gotas de tinta negra todavía húmeda y centelleante.
Me levanté con agilidad, dejé unas monedas sobre el plato dorado que había sostenido mi café algunos minutos atrás, cogí resolutiva la maraña de ropa hibernal que reposaba ajena en la silla contigua y, con un discreto saltito, alargué el brazo recuperando la bolita de papel desordenada que el misterioso fotógrafo había abandonado desinteresado sobre su mesa en aquella cafetería llena de vapor e historias inconfesables... la guardé con disimulo en el bolsillo de mi chaqueta de punto color pastel... y comencé mi huidizo caminar.
Crucé la puerta sintiendo cómo mis pies se deslizaban etéreos sobre el suelo... embelesada, ingenua, soñadora...
... caminé unos pasos hacia mi derecha y al llegar al lugar desde el que hacía unos minutos una pareja de enamorados se besaba apasionadamente ignorando que aquella muestra de amor eterna había sido congelada por un carrete de celulosa en blanco y negro, miré hacia dentro de la cafetería, desde el otro lado, regalándome ahora el marco de cristal una imagen invertida, el escenario de la película había cambiado, mostrándome escenas de un bar agitado, lleno de historias extravagantes y estrepitosas...
... y yo allí, de nuevo hechizada, de pie rodeada de transeúntes que caminaban ignorantes junto a mi, empujándome suavemente con su atropellado caminar... ausente, evadida, evasiva.
Introduje cautivada la mano en la chaqueta de punto y extraje la bolita de papel y tinta escarchada... la desdoblé con nerviosismo y mastiqué con la mirada su delicada caligrafía, saboreando pausadamente el susurro de las palabras impresas...
"París es un teatro en el que se paga asiento con el tiempo perdido.
Y yo sigo esperando.
Fdo. R.D."
Y yo sigo esperando.
Fdo. R.D."
... escuché en ese momento el sonido del pulsador de su cámara aprisionadora de esencias irrepetibles, sabía que yo era su objetivo, notaba su cautivadora presencia escondido entre los dinámicos viandantes.
Me giré con rapidez y ví a un hombre salir huyendo, supe que era él, su alma dejaba un inconfundible rastro de fragancia a vida y a tesoros escondidos.
Eché a correr, siguiendo la dirección de sus pasos. Sin tiempo que malgastar, perdiéndome entre la gente, entre memorias, entre besos robados, conversaciones, caminantes y ráfagas de frío Otoño... buscando la esencia de una aventura que me hiciera abandonar el asiento de comodidad por el que llevaba demasiado tiempo pagando en aquella asombrosa ciudad de luces cegadoras y sombras errantes... buscando mi esencia en la cámara de un enigmático fotógrafo, ladrón de soledades tras una gran vidriera de cristal cinematográfico y de objetivos de mágicas habilidades.
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6 comentarios:
Me gusta mucho tu forma de escribir. ¿Cómo lo haces? Esa descripción, la buena selección de palabras. Eres realmente buena en ésto.
Espero que tengas un excelente día, disfrútalo.
!!Es precioso!!, trasmites una sensibilidad exquisita. Es un placer comenzar el día con este bonito relato. Que tengas un bonito día.
¡Hola Cercatore! Me gusta ver que os gusta lo que publico, cada día es una cosa diferente, en ocasiones gustara a algunos, en pocasiones a otros, en ocasiones a todos y en ocasiones a ninguno... es lo que tiene el eclecticismo :).
En cuanto a cómo lo hago... ahí ya no sé bien quñe decirte... sipongo que es una mezcla de elementos innatos, de práctica y de ilusión... no se bien quñe decirte, me sale, sin más :).
Muchas gracias por estar ahí, por tu fiel lectura y por tus comentarios, para mie s importante conocer vuestro punto de vista, recordemos que 12:45pm es una ventana de entradas y salidas ;).
¡Que tengas un día MARAVILLOSO!
¡¡Buenos días Olga!! ¡Qué alegría leerte por aquí!
Muchas gracias por tu comentario, de verdad que ver que os gusta lo que publico me anima muchísimo, por eso os agradezco tanto que me deis vuestra opinión.
Como le decía a Cercatore, la heterogeneidad de las publicaciones hace que a veces guste a unos, a otros, a todos o a ninguno... para mi lo importante es experimentar, conocer límites, practicar, descubrir y divertirme... y por supuesto hacer todo esto acompañada de vosotros, ¡así que qué mas puedo pedir cuando decidís asomaros cada día por 12:45pm y arriesgaros a leer mis inspiraciones!
Gracias por vuestra lectura fiel y por compartir conmigo vuestras opiniones, esta ventana sin vuestra lectura no tendría sentido.
Un abrazo enorme y que tengas un día fantástico.
Hola (no suelo empezar con un saludo porque no se como llamarte).
Sólo quería decirte que ya no escribiré más en mi blog. He cambiado, aparte de que ciertas cosas pasaron. Así que quería que lo leyeras y luego me dijeras que te pareció lo que llegué a escribir.
Bueno, te deseo lo mejor, para tu día y para lo demás.
¡Hola Cercatore! Menuda sorpresa... te dejé comentario en tu Blog... no quisiera despedirme por aquí, nunca me han gustado las despedidas en realidad.
Confio en que no sea una despedida definitiva... aunque regreses con otro nombre, con otra vida, con otros sueños... sabes que 12:45pm mantiene la ventana abierta, así que asómate siempre que te apetezca.
Un fuerte abrazo... que tengas un día, una semana y una vida maravillosa.
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