DÍA 222: "Nada nos hace envejecer con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos hacemos viejos"

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Nació en un día sin calendario, a una hora fuera de todo reloj. Vio la luz de la sala de partos en una época sin nombre preestablecido, en un año todavía sin inaugurar.

Nació sano y eso era todo lo que importaba en aquel momento de vida sin pasado ni presente. Eso sí, nació dotado de unos buenos pulmones que auguraban una exitosa carrera como tenor de ópera.

Tenía varios hermanos y una única hermana. Creció en el seno de una familia humilde y feliz, siempre bajo la atenta y asombrada mirada de sus padres, pues llegó un momento en el que todos tenían la intensa sensación de que por él no pasaba el tiempo.

Una tarde de Agosto su familia terminó por asumir, con cierta desconfianza, que lo importante de su historia era que, contra todo pronóstico evolutivo, el hecho de haber venido al mundo en un día sin efeméride tenía como resultado que por él nunca pasarían los años, viviendo permanentemente en una mágica y fascinante juventud.

Y así, cada jornada, en el preciso instante en el que el Sol despuntaba por el horizonte, se preparaba para celebrar su cumpleaños, pues había decidido hacía tiempo que, al no saber cuándo era exactamente la fecha de su aniversario, lo más correcto sería celebrarlo todos los días. Así todos los amaneceres serían fiesta, alegría y conmemoración.

Nunca aceptaba regalos materiales en sus festejos y siempre intentaba convocar de una manera diferente a cada invitado, lo cual le permitía tener en constante agilidad su creatividad más inquieta.

Vivía una vida risueña y enérgica pues tenía un dinamismo interior difícil de encontrar en otros habitantes de la gran ciudad. Al contrario que el resto de los ciudadanos para él cada día tachado en el calendario suponía un aumento en su entusiasmo vital, pues claramente la atemporalidad en la que se encontraba sumergido hacía que olvidara por completo el peso del paso del tiempo y se centrara, única y exclusivamente, en exprimir la vida al máximo con regocijo y júbilo, esquivando en todo momento la llamada de la incierta despedida anclada a la longevidad.

Él sabía que mantener viva la juventud interior era aval seguro de una vida extensa y feliz, vivir atado a un calendario y con el yugo angustioso del avanzar del tiempo solo podía traer amargura y desconsuelo, así que respiraba con lozanía y cultivaba, en cada segundo, un modelo de vida definitivamente arquetípico.

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