viernes, 3 de mayo de 2013

DÍA 283: Puntos suspensivos... V (Ixone)

Ixone me envió un final para el cuento elaborado y precioso. Una vez más un final distinto para una iniciativa que era todo un reto (y que ha sido muy bien acogida). Ella, residente habitual en 12:45pm, vuelca sus comentarios siempre que lo considera oportuno (aunque se asoma todos los días a ver cómo andan las cosas por aquí) y en esta ocasión no quiso dejar de hacernos llegar su  propuesta de inspiración para finalizar el cuento expuesto en el "DÍA 266: Puntos suspensivos...". Un final meditado y trabajado, una nueva visión que enriquece a los diferentes puntos finales que he recibido. Espero que os guste.  Bienvenidos a una nueva aventura, abramos el libro y soñemos... el cuento comenzaba así...

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PUNTOS SUSPENSIVOS

Le gustaba pasar las tardes de verano en la pequeña plaza junto a la iglesia. El silencio a la hora de la siesta era envolvente y podía llegar a sentir en la boca del estómago la palpitante emoción de la aventura.

Siempre procuraba llegar a la plaza puntual, sobre las cuatro de la tarde hacía acto de presencia frente a la fachada de construcción románica del pequeño templo con planta de crucero. 

Aquel día el Sol caía sobre la piedra abrumador e incandescente.

Miraba fijamente, como cada día, la cuerda que junto a la gran puerta de madera que daba entrada al templo se balanceaba pausada al ritmo de pequeñas corrientes de aire veraniegas. Aquella tarde, como tantas otras, se preguntaba qué sucedería si tiraba con fuerza de aquel grueso cordel.

En las primeras semanas de vacaciones no había logrado reunir la suficiente valentía como para llevar a cabo su deseo, pues temía de manera desmesurada que su acto de curiosidad tuviera como resultado un estruendoso repique de campanas que alertara a todo el pueblo dormido en las tardes de verano calurosas.

Sin embargo aquel día era diferente, pues se sentía extrañamente rebosante de energía y seguridad, quizás la causa se hallara en el hecho de que aquella mañana había recibido una postal de su hermana que residía desde varios años en la Pampa Argentina domando caballos salvajes. 

Probablemente la alegría de aquella inesperada misiva, junto a la admiración que sentía por la real aventura que su hermana se había atrevido a llevar a cabo en su vida, hicieron que se exprimiera en su interior la más oculta osadía.

Fuera lo que fuese, sabía que aquel día iba a ser diferente.

Se acercó retante a la cuerda que, indiferente, continuaba su balanceo al son del viento, se secó el sudor de la frente, limpió sus manos en el pantalón de lino color avellana, agarró la cuerda y...


… tiró de ella con todas sus fuerzas a la vez que hundía la cabeza entre sus hombros y apretaba los párpados con tanta fuerza que por un segundo sintió una punzada en la cabeza. 

Al contrario de lo que siempre había pensado esa cuerda no debía llegar hasta una enorme campana de bronce puesto que no escuchó ningún sonido metálico que despertarse a todo el pueblo del sopor en el que se sumergía a la hora de la siesta. 


Abrió los ojos y estiró el cuello, miró hacia arriba con sorpresa y temor y a continuación se miró el brazo, su mano aun sujetaba la enorme cuerda, no dudó un segundo y la soltó, metió su mano en el bolsillo del pantalón de lino percibiéndolo esa vez demasiado angosto y se alejó un paso de la cuerda, para no levantar sospechas si como él había algún otro insomne observándole. 


- ¡Vaya rollo!- exclamó, dio una patada a la arena del suelo y provocó una pequeña nube de polvo que lo envolvió mientras giraba y daba la espalda al gran portón de madera. 

Tan solo pudo dar dos pasos hasta que oyó a sus espaldas un "click" que hizo que volviera a voltearse, entonces toda su atención se dirigió hacia los sonidos de engranajes, sutiles pero contundentes, que salían del otro lado de aquel portón.  


Poco a poco la puerta comenzó a abrirse y pudo observar que frente a él, dentro de la iglesia, se abría un largo pasillo. Le dio la sensación de que con la puerta cerrada el interior debía de ser realmente oscuro, pues la única iluminación era la de un pequeño rosetón delicadamente decorado con cristales de diferentes colores, situado en la parte superior de aquella enorme pared frontal, justo encima de un retablo en el que aparecían muchos ángeles y algún que otro santo, o al menos así lo creía él que nunca había sido muy de santos. 


Según se abría más y más la puerta pudo vislumbrar que a los lados de aquel pasillo había dos hileras de unos largos bancos de madera. Debían de ser bastante antiguos y una hilera era como una imagen reflejada en un espejo de la otra, exactamente igual, compartiendo como eje el altar bajo el retablo. 

Un poco confundido y sobretodo entusiasmado, como si hubiese encontrado un tesoro, entró presuroso, pero se detuvo al llegar a los bordes de los últimos bancos. La razón fue que observó en la segunda fila de la hilera de la derecha, una silueta de lo que le pareció ser una mujer. No llevaba la cabeza cubierta como las otras mujeres que observaba cuando sus padres le obligaban a ponerse la ropa de los domingos y asistir a la misa en su ciudad y que solían susurrar cosas en latín que a él le hacían una gracia peculiar. 


Dudó si darse la vuelta, si fingir ser un visitante perdido o comprobar si aquella mujer era realmente una mujer y sobretodo si era del pueblo, ya que muchas amigas de su abuela le daban unas monedas cuando le veían. "Para chuches" le decían, pero lo que ellas no sabían es que él las metía todas en una hucha de barro con la forma de un cerdito, pronto tendría las monedas necesarias para que el quiosquero le diese esa bonita peonza roja, y cuando su hermana volviese iba a ver lo bien que había aprendido a bailarla, ¡vamos que si lo vería!.


Decidió pues acercarse. Cuando estaba llegando a la altura del segundo banco se detuvo, carraspeó y empezó a hacer círculos con el pie para que la mujer se girase. La mujer se sobresaltó, parecía muy inmersa en sus rezos, tanto como si no hubiese oído entrar al chico y mucho menos los engranajes de la puerta encajando unos con otros. 


- ¡Ah!… ¿Hermano eres tu?-

Se hizo un silencio tenso. Ambos sentían que a sus corazones les habían salido raíces y se agarraban fuertemente al pecho que a su vez tiritaba. 

- … N...No, no es posible- dijo el chico cerrando los ojos y abriéndolos mirando la fría baldosa de piedra en la que reposaban sus pies y volvió a mirar hacia la mujer - P...Pero… Pero ¿tú no estabas en Argentina? ¡Hoy mismo he recibido una postal! ¡El sello decía La Pampa! ¿Qué haces aquí? ¡Si es una broma no tiene gracia! - gritó por si acaso algún chico del pueblo rival esperaba escondido por allí. 

- ¡Hermano! - la chica corrió a abrazarle- No te preocupes, ¡es de verdad!… Ayyyy - suspiró- tengo tanto que contarte!… - miraba con ternura y emoción directamente a los ojos del chico - Verás, hace unas semanas decidí volver, unos días antes te envié la postal, todo lo que allí te dije es cierto pero aun no había tomado la decisión de volver. Ya sabes que aquello no es como esto, sabes que vivía alejada de la ciudad, y el pueblo más cercano recogía la correspondencia una vez a la semana, donde una señora mayor se encargaba de llevarla hasta la ciudad, en un viaje larguísimo con su mula, ¡no se cómo aguantaba esa pobre mujer! ¡ni su mula!, desde allí la enviarían hasta aquí con la correspondencia aérea- el chico seguía atónito mirándola perplejo, hizo un pequeño gesto con la cabeza, similar a una sacudida y volvió en si. Fue entonces cuando consiguió articular palabra y hablando muy rápido le contestó: 


- Pero... en la carta decías que estabas muy contenta, que te habías hecho amiga de un pastor de cabras y que a veces le ayudabas a que no se le escapasen porque el perro que tenía no quería trabajar a la hora de la comida, y que habías conseguido progresar con los caballos y que te encantaba esta época porque los potrillos ya estaban creciendo después de nacer en primavera y te gustaba verlos así, en su esencia, y que controlando a sus madres con ellos sería más sencillo porque te conocían desde el primer día de sus vidas…y ahora… ahora estás aquí… ¡¿por qué?!


- Bueno, no es fácil de entender, ni tampoco de explicar. Es cierto todo lo que te dije en la carta, pero verás, fui allí con la intención de domar a los caballos, ¡me parecían seres tan inteligentes!. Solo quería probarme a mi misma que podía comunicarme con ellos y hacerme entender, pero una vez allí creo que fueron ellos los que se comunicaron conmigo. Son animales majestuosos, ¡enormes!, nobles y seguros de si mismos, ¿y sabes por qué? Porque no están solos. 


Una vez se escapó uno de la manada, porque hacen manadas ¿sabes?, y estuvo perdido durante días, incluso pensé que no volvería. Pero un día le vi acercarse, a lo lejos, triste y solo, no se donde habría estado pero no me pareció majestuoso, ni enorme y para nada seguro de sí mismo. Lo observé. Se integró en la manada, miraba hacia todos los caballos como contándoles lo sucedido. Los demás que al principio estaban pastando libremente por la hierba dejaron de comer, se acercaron a él y empezaron a girar en círculos a su alrededor, al principio despacio pero poco a poco comenzaron a trotar, eran tantos que perdí de vista al pobre caballo desganado. No se qué pasó, ni por qué harán eso, pero cuando pararon no hubiese sabido distinguir cuál era el caballo extraviado si no fuese porque conocía sus manchas a la perfección, tantos días con ellos…Y entonces entendí que toda esa nobleza, toda esa fuerza, esa majestuosidad y esa seguridad no es inherente en ellos, pertenece al grupo. La comparten cuando a alguno le falta, levantan al caído, y animan al desolado, cobijan al desprotegido y quieren al solitario. Sin los demás se quedan en muy poca cosa, ¡parecidos a la mula del correo!. Fue eso lo que hizo que me diese cuenta que mi lugar no estaba allí, fue una experiencia hermosa, aprendí muchísimo, ya ves, pero se hacía la hora de volver, empezaba a necesitar que me contagiaseis un poco de vuestra energía-

Guiñó el ojo al chico, quien había escuchado cada palabra como si fuese una historia entera. Éste le devolvió una sonrisa y se abalanzó a abrazarla y besarla. 

- ¡No te preocupes! ¡Giraré a tu alrededor todo lo que necesites! ¡No me importará ni siquiera marearme!


- De acuerdo- contestó la muchacha- a partir de ahora tú compartirás tu energía conmigo y yo… 

- ... ¡Tú me contarás un cuento cada noche!- exclamó el chico con los ojos muy abiertos sin dejarle terminar la frase.

- De acuerdo, y yo te contaré un cuento cada noche-

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5 comentarios:

M.G dijo...

Precioso cuento o punto final.
Moraleja real como la vida misma. Lo triste es que a muchos se nos olvida a menudo que somos "animales sociales".

Bonita lección.

Un abrazo.

P.D. : Por cierto, va a estar muy reñida la elección. Los finales que he leído hasta ahora son muy buenos.

Docecuarentaycinco dijo...

Mañana se publica el último M.G.... ¡no te lo puedes perder ;D!
¡Feliz día!

anonimo dijo...

El final del cuento me ha encantado.
El vídeo me ha emocionado y llendo de ilusión y ánimos. Es precioso.
Para mi siempre los caballos han sido una lección de vida pero este vídeo junto a este cuento me ha tocado la fibra.

Muchas gracias Ixone y Docecuarentaycinco.

Besos y Abrazos.

Anónimo dijo...

LLenado de ilusión y ánimos. Ha sido un fallo de escritura.

Docecuarentaycinco dijo...

¡Hola Anónimo! La verdad es que el final de Ixone es maravilloso, un punto de vista diferente, como todos los demás. Estoy encantada con su respuesta a mi reto... ¡hay unos residentes y visitantes en 12:45pm MARAVILLOSOS!
Me alegra también que te haya gustado el video elegido :).
¡Un fuerte abrazo!