No podría decir que este 2015 haya sido uno de los mejores años de mi vida,
tampoco quizás el peor, lo que sí puedo decir es que estos 12 meses que cargo a
las espaldas, sin ningún lugar a dudas, han sido los que más me han azotado
físicamente hasta el momento.
Era un domingo 25 de enero de 2015 cuando el avión tocaba tierra por este
lado del mundo tras disfrutar de las pasadas Navidades. La bienvenida ya
suponía un presagio de lo que me aguardaba el resto del calendario. Fue el
lunes 26 de enero, al amanecer, cuando empezó mi periplo médico en Tierra de
Acogida… y todavía hoy, 12 meses después, no ha terminado.
Este año está siendo una cadena de acontecimientos de salud que me tiene ya
bastante cansada. Y mira que una intenta ser positiva, pero nada oye, cuando
vienen torcidas no hay manera.
El caso es que a este año maldito le queda poco para ser vencido, y eso es
lo importante. En apenas 10 días estaremos pisando Tierra de Origen un año más.
Como siempre por estas fechas preparamos con ilusión desbordante las maletas y
el espíritu, cerramos velas y levamos anclas. Abandonamos durante semanas este singular
hogar con su sofá negro y su ventilador imperturbable, sus madrugadas de gallos
y sirenas, sus ventanas siempre abiertas, su calor constante, sus colores, sus
sonidos, sus alarmas para el trabajo, sus retos, sus logros, sus emociones
desbordantes y su esencia.
Abandonamos el Caribe para regresar a ese añorado frío que calienta
nuestros corazones con solo traerlo al recuerdo.
Y ya con eso todo mereció la pena.
Nunca me gustaron los impares. El 2016 seguro viene lleno de buenas
noticias, es pura estadística y ya sabemos que las matemáticas de la esperanza…
nunca fallan.
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