miércoles, 11 de noviembre de 2015

DÍA 796: Adiós con el corazón

Hace poco tiempo escuché una reflexión que me lleva persiguiendo desde hace varios días y lo cierto es que cuanto más la rumio, más me convence su tono de sentencia y de pensamiento que supera al simple lenguaje de la comunicación humana.

La frase en cuestión es la siguiente: “Crecer consiste en aprender a despedirse”.

Seis palabras dispuestas en un orden que te rasgan las entrañas y te cortan la respiración. Nada más… nada menos.

La primera que vez tuve la oportunidad de escucharla, de pronto, sin previo aviso y como si me tiraran un cubo de agua fría y rebosante de despiadada realidad, sufrí un momento de desconexión absoluta con el entorno.

No, no estoy loca… bueno, puede que probablemente un poco sí, pero he aprendido a vivir con ello. Aquí mi primera despedida y, por tanto, maduración. Hace tiempo dije adiós a la cordura. Lo asumo.

El caso es que me abstraje durante un largo rato y de pronto me di cuenta que efectivamente crecer y madurar consistía en ir aprendiendo, a lo largo de la vida, a despedirse.

Despedirse de amigos, enemigos, estudios, familia, parejas, emociones, ciudades, recuerdos, cargas en nuestras mochilas personales, trabajos, abuelos, padres, madres, cosas materiales y un sinfín de elementos en una lista que no termina hasta que llega el momento de que sea de nosotros de quien los demás se deben despedir.

http://i.imgur.com/4p2wR.jpg

No hablo solo de muerte (ese momento oscuro al que no me gusta nombrar y me sale sarpullido con solo recordarlo) sino de despedida en su más amplia esencia: “Soltar, desprender, arrojar algo”… según la primera acepción de la RAE.

Claramente en la medida que adquiramos destrezas emocionales para decir adiós a todas estas cosas, situaciones, recuerdos o personas, lograremos ir madurando.

Qué significa madurar… eso ya es otra historia.

Yo quise tomar este pensamiento como la base de lo que significa una “maduración sana”… lo que no quiere decir que sea ausente de dolor. Es más, probablemente según avancemos en el tiempo despedirnos nos agote más y más, porque nuestras reservas de reconstrucción interna para seguir adelante con cierta salud mental y ánimo al tiempo que vamos sumando despedidas, disminuye y cada vez nos cueste más esfuerzo recuperarnos de un nuevo adiós. Eso quiere decir que vamos por el buen camino, porque estamos aprendiendo que despedirse no es algo grato, estamos tomando conciencia de nosotros mismos y de la vida en sí, estamos creciendo.

Por eso creo firmemente que crecer, madurar, es la esencia de la vida misma… porque, de nuevo siguiendo los pasos sabios de la RAE, madurar significa “Hacer que un fruto alcance el grado adecuado de desarrollo para ser consumido”… y no hace falta que os diga, de nuevo, esa palabra horrible en la que termina nuestra maduración. Con que la nombre una vez en una publicación es más que suficiente.

Personalmente cada día llevo peor las despedidas, esto es una verdad absoluta, pero sé que la vida también te llena de nuevas bienvenidas y eso calma el dolor y la melancolía. La vida tiene tanto equilibro emocional como nosotros le permitamos... o mejor deberia decir como nosotros nos permitamos. Eso es madurar. 

Así que queridos amigos, crezcamos sanamente, aprendamos a despedirnos y asumamos que el dolor es tan buen compañeros de viaje como la felicidad. Lo importante, siempre, es seguir adelante… siempre y bajo cualquier circunstancia, ADELANTE... porque al final, todo acaba bien, y si no acaba bien... es que no es el final.


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